El emperador Akihito se despide
El monarca nipón, de 85 años, abdica hoy en su hijo el príncipe Naruhito
Un retrato del emperador Akihito y su esposa, la emperatriz Michiko, el día de su entronización en 1989. Fotografías de la pareja real visitando museos nacionales. Un mapa que atestigua todos sus viajes al extranjero, fundamentales para restañar las maltrechas relaciones que el imperialismo japonés de principios del siglo XX dejó con sus vecinos. Alguna imagen de cuando Alkihito era un niño. Y las más recientes, de los consortes, ya ancianos, paseando del brazo por los jardines de palacio. Toda esta parafernalia, vista hasta ayer por miles de personas, forma parte de la exposición con la que el Museo Nacional de Tokio rindió su particular homenaje al emperador Akihito, de 85 años, que hoy abdicará tras tres décadas de servicio al frente del Trono del Crisantemo. Su relevo lo toma el miércoles su hijo, el príncipe heredero Naruhito, de 59, llamado a seguir los pasos de su padre añadiendo pequeñas pinceladas del cosmopolitismo que atesora.
En Japón, paradigma del “tradición y modernidad” todo en uno, las últimas semanas han estado sembradas de exposiciones, charlas y homenajes con los que decir adiós a unos monarcas capaces de conectar con su pueblo y hacer del pacifismo su bandera. Para lograrlo, la pareja imperial –que hace sólo tres semanas celebró su 60.º aniversario de bodas– no ha tenido reparos en multiplicar sus apariciones públicas. En su agenda ha habido de todo, desde visitas a asociaciones para discapacitados a dejarse ver admirando los cerezos en flor o estrechando la mano de desconocidos. Pero si por algo son admirados es por su cercanía durante las numerosas catástrofes naturales que azotaron a su pueblo durante su era, conocida como Heisei, como cuando se arrodillaron junto a las víctimas del terremoto de 1995 en Kobe (6.400 muertos y 40.000 heridos) o cuando Akihito se dirigió a la nación tras el accidente de la central nuclear de Fukushima en el 2011.
El padre rompió moldes al acercarse al pueblo, casarse con una plebeya o viajar a China
Aunque mundanos, no hace mucho que estos gestos eran algo impensable en un país donde el emperador fue visto durante siglos como una deidad que apenas mantenía contacto con la ciudadanía. Ese carácter divino tan sólo se perdió con la nueva Constitución promulgada bajo la ocupación estadounidense tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial, lo que hizo de Akihito el primer emperador de carne y hueso. “Su mayor legado es haber cambiado la imagen de la monarquía que dejó su padre (Hirohito) y alejarse del militarismo del pasado. Incluso aquellos más radicales que en los años 50 y 60 se mostraban en contra de la institución tienen hoy en día una visión positiva, o al menos neutral, de ella. Ha redefinido lo que significa ser emperador”, analizó para este diario Sayaka Chatani, profesora de historia en la Universidad Nacional de Singapur.
Akihito es un hombre acostumbrado a romper moldes. Lo hizo cuando se convirtió en el primer heredero japonés en casarse con una plebeya, Misiko, a la que conoció jugando al tenis. También cuando decidió educar a sus tres hijos personalmente, cuando visitó China –un país que las tropas niponas devastaron bajo el reinado de su padre–, o en el momento en que anunció su deseo de abdicar por problemas de salud hace dos años, una posibilidad que ni siquiera estaba recogida en la Constitución. Sin embargo, no todos se muestran conformes con sus innovaciones. “Hay un sector de conservadores –que apoyan al primer ministro, Shinzo Abe– que son críticos con su papel. Quieren que la institución regrese a la época de preguerra. Piensan que acercarse a la gente resta autoridad al emperador (...) Quieren usar al emperador, pero la familia imperial se niega a ser instrumentalizada”, aseguró el reputado experto en la monarquía japonesa, Hideya Kawanishi, durante una reciente charla en el Club de Corresponsales tokiota.
Hay conservadores que quieren que la monarquía regrese a la época de preguerra
Con una historia que se remonta más de 2.000 años en el tiempo, las tradiciones y protocolos obligan a Akihito a participar en hasta once ceremonias antes de dejar su puesto, incluyendo una visita al templo de Ise –uno de los más sagrados para el sintoísmo– o al lugar donde está enterrado su padre. Hoy tendrá lugar el rito de la abdicación ante poco más de 300 personas, entre ellos miembros de la familia real, políticos o jueces. El emperador pronunciará sus últimas palabras como cabeza de la institución antes de poder jubilarse y dedicar su tiempo a sus grandes pasiones, como el estudio de los peces gobios o tocar el violoncelo.
Mientras, en unas calles que estos días están de fiesta, la población aguarda expectante el comienzo de la nueva era, que se llamará Reiwa (traducido como “hermosa armonía”). “Akihito ha sido importante. Nos ha traído la paz, ha cuidado de su gente y ha sido capaz de abrir Japón al mundo. Pero bajo su reinado también han pasado muchas cosas tristes. La economía no ha ido bien, los desastres naturales... Espero que la era Reiwa nos traiga más felicidad a los japoneses”, apuntó Naoaki Shimada, un joven de 26 años que resumió el sentir de muchos de sus compatriotas.
Diez días seguidos de vacaciones sientan mal a muchos japoneses
Aprovechando que la tradicional Semana Dorada coincide con el cambio en el trono, la mayoría de japoneses puede disfrutar de diez días de vacaciones ininterrumpidos, toda una rareza en un país consagrado al trabajo. Unos han optado por irse de viaje; otros, por tirar de parques y centros comerciales, y los que tienen el presupuesto más ajustado se dedican a recuperar sueño y ver películas en el sofá. Sin embargo, no todos están satisfechos. Diferentes estudios señalan que alrededor de la mitad de la población no desea tantas vacaciones, hasta el punto de que un diario la calificó de “La idea más ridícula del siglo”. Entre sus motivos citan las aglomeraciones, que todo está mucho más caro o que el trabajo pendiente se acumula, algo que les estresa y con lo que tendrán que lidiar a la vuelta. “Sólo los ricos están encantados. No nos den diez días de vacaciones seguidos”, pedía el diario.